– No papá no, tú ya estás jubilado, no te preocupes más por las clases de la universidad, venga, estate tranquilo. A ver papá, toma tu plato, ten cuidado que está la sopa muy caliente. Cuidado no lo dejes caer.
– Cariño, voy a por el salero, que me lo dejé en el patio de atrás.
– Vale papá. Cuidado con los niños ahí tirados jugando en la alfombra, no sea que te dejen caer.
Estaba por aquí, sí, creo que lo dejé en la mesa del patio ayer cuando estábamos cenando, qué bien lo pasamos todos, qué alegría volver a ver a mis nietos, a mis nietos queridos. Y todo lo que reímos ayer, sí, reímos mucho. ¿O fue antes de ayer? A ver, el dichoso salero, no hay manera de encontrarlo, siempre la comida sosa, siempre con que no puedo tomar sal. Hermelindo ya me lo dice, esta gente joven no sabe ya qué hacer, lo próximo será meternos en una nevera para conservarnos mejor. Por aquí no está la sal, iré a comprarla al supermercado. Pero hoy es domingo, no estará abierto, no sé, es lunes, creo, o martes, bueno da igual, tengo que ir a ver a Hermenegildo, tenía que acompañarle al médico. Voy a coger la chaqueta, creo que estaba por aquí en algún lado, qué cabeza la mía, porque ya hace frío, estamos a Noviembre creo, ¿o ya pasó la Navidad? ¿No fue ayer cuando celebramos la nochebuena y por eso estaban aquí mis nietos? No, creo que estoy mezclado recuerdos del año pasado, el caso es que ya va haciendo frío. Venga, Hermenegildo me estará esperando, tiene que ir urgente al médico a una revisión y él solo en silla de ruedas es imposible que pueda llegar, con lo que al final no va nunca y un día le pasará algo grave. Al final llegaré tarde y se volverá a enfadar conmigo. No encuentro la chaqueta, aquí en mi cuarto no está, bueno, y para qué la quiero, hace calor, de hecho me estoy asando, vaya cabeza la mía, ir con chaqueta si estamos en Agosto, menos mal que no la he cogido, venga, salgo ya que no llego; a ver, era hacia allá, la plaza y luego a la derecha; es de noche, fíjate y yo pensando que llegaba tarde y lo que me ha pasado es que me he levantado muy temprano y apenas ha amanecido; ja, ja, verás si voy a despertar al pobre Hermenegildo, ya no volverá a decirme que siempre me retraso. La verdad es que para estar en verano hace algo de frío, por la mañana aún refresca, y es raro, hay luces encendidas en la calle, debemos de estar en ferias, aún recuerdo cómo conocí a mi mujer, fue en esta época, pero antes no ponían las calles tan bonitas. ¿Cómo se llama la jodía?, porque sí que tiene carácter la mujer. Bueno, como se llame, el caso es que bailamos toda la noche y al día siguiente fuimos a dar una vuelta por el paseo de caballos y sin querer mi mano rozó con la suya, me acuerdo, ella al sentirme me agarró un dedo y nunca más nos separamos. Para que luego me digan que no recuerdo las cosas. Ayer se volvió a enfadar conmigo porque olvidé comprar la lejía y en vez de eso le llevé un ramo de flores, qué mujer esta, dice que tiene la casa llena de flores y que no le traiga más. Me voy a sentar en este banco un rato, qué frío más desagradable tengo, hasta las palomas están dormidas a estas horas, a ver dónde encuentro yo ahora lejía tan temprano, creo que por allí había un supermercado, en la esquina de la plaza, pero no veo las luces, debe de estar cerrado, voy a ir a ver. Vaya, qué me cuesta levantarme, los años pasan por mis piernas, aunque sin embargo las clases en la universidad aún no me pesan y tengo que pensar en el examen del lunes, a ver si estos chiquillos consiguen aprobarme algo. Esta tienda también cerrada, así no hay manera, mi Carmen me va a matar, que es mucha Carmen; si llego sin la lejía otra vez pensará que soy un bobo, bueno, voy a seguir andando que algo abrirán, desde luego no puede uno ni tomarse el desayuno, aquí no trabaja hoy nadie; lo que voy a hacer es volver a casa y decirle a Carmen que luego bajo más tarde, pobrecita, con lo que sufrió de joven, y con lo que la hice yo sufrir en los primeros años del matrimonio, nos casamos demasiado mozos, y yo, pues yo, a ver, era guapo y las chicas se fijaban en uno; voy a llevarle un ramo de flores, verás qué sorpresa cuando se levante y las vea en su mesilla de noche, seguro que me lo agradecerá y le alegraré el día, pero por aquí no hay ninguna floristería abierta, vaya faena, y qué frío hace, qué frío más desagradable, jamás en ferias había visto yo una mañana tan gélida y húmeda, me duelen las piernas y los brazos me tiritan; en fin, voy a hacer una cosa, sí, ya sé lo que voy a hacer, si Carmen se enterara se reiría. En aquel parque, a ver, cuidado, mira que juventud, con gorros rojos y serpentinas, uno lleva una pandereta creo, vaya horas para hacer ruido, antes nos vestíamos de corto y recuerdo cómo una vez le robé un caballo a un amigo para recoger en su casa a Paulita y llevarla al campo, sí un día como hoy en ferias, pero hacía más calor, antes Junio era otra cosa, yo estaba casado, pero ya se sabe, la juventud, la falta de entendimiento en esos años te lleva a no saber valorar las cosas que realmente son importantes y te guías por lo inmediato, por el placer que crees que no debes dejar escapar, y mi Carmen mientras esperándome embarazada en casa; no fui un buen marido los primeros años, no, no lo fui. Bueno ya estoy en el parque, ahora recogeré flores y me haré un ramo precioso, sí, un ramo enorme para sorprender a mi Carmen, ella se merece todo, esta rama es estupenda, y estas rosas, vaya ya me he hecho sangre, dichosas espinas, en fin, voy a seguir cortando aunque me manche la camisa, me da igual, ella se lo merece, no fui un buen marido y la hice sufrir mucho; me duele, me escuecen las heridas, pero ya tengo un buen ramo, me voy a sentar para descansar un momento y luego tiro para casa, que además he de preparar el examen de mañana a los niños estos, cada día se estudia menos en la Facultad, pero cada año que pasa me hago más viejo y me emblandezco con ellos, los veo tan jóvenes, tan niños. Seguro que Hermenegildo me ayudará a corregir los exámenes, le encanta ver las respuestas que dan, y luego me iré con él a tomar un fino con unas gambas rebozadas. ¡Qué mal se llevan Hermenegildo y mi Carmen! Toda la vida de riñas, ella lo ve como el que me aparta de casa y no se da cuenta de que Hermenegildo precisamente es un buenazo, él me reñía cuando me iba con otras mujeres, no podía soportarlo, decía que no le contara nada porque no podía mirar luego a los ojos a Carmen; sí, tengo ganas de quedar hoy con él y reírnos del camarero del bar, con ese ojo a la virulé, ese ojo que Hermenegildo dice que de joven nunca lo tuvo así, y que desarrolló esa habilidad para poder mirar a la vez al resto de clientes mientras atiende a uno, por si tiene que sacar el madero de debajo de la barra para atizar al que intente escapar sin pagar. Ja, ja, este Hermenegildo, que cosas tiene, qué ganas de estar esta tarde con él.
– ¡Ahí está, sí, lo veo, sí, es él seguro, ahí solo, está ahí sentado en ese banco! Menos mal por Dios, ¡menos mal! Vamos corre, estará muerto de frío.
– Vaya, otra vez ensangrentado, se le ve la camisa llena de sangre, otra vez con las dichosas rosas, va a dejar el parque pelado. Por Dios, que sustos nos pega, vamos cariño, tranquilízate, ya lo hemos encontrado.
– ¡Papá, por dios papá, otra vez no! Y el día de Navidad. Tus nietos están llorando, mi hermana ha llamado a la policía y ha ido al bar donde a veces vas y te pierdes, donde ibas con Hermenegildo, has arruinado la cena de Nochebuena, tus nietos están aterrorizados llorando. Otra vez aquí en este parque, venga tápale, ponle tu chaqueta, el pobre está muerto de frío, está tiritando y las manos las tiene llenas de sangre. Papá, no llores venga, incorpórate, no llores. No hay derecho, no hay derecho a que nos pase esto, Dios, qué hemos hecho para que nos hagas sufrir de esta manera.
– Vamos Alfonso, venga, volvamos a casa. Tira esas flores hombre, que nos tienes el salón lleno de jaramagos, no puede ser que cada vez que te levantes salgas de casa y vengas a coger ramas.
– Pero, pero, mi Carmen, mi Carmen, quiero llevársela a Carmen.
– Vamos papá, venga, mamá murió hace dos años, ya lo sabes, murió en tus manos, acuérdate, mamá murió mirándote a los ojos y diciéndote lo mucho que te amaba, en casa, tranquila, en vuestra habitación, como los dos queríais. Dejó de sufrir al fin, nos dejó aliviada, no podía más.
– Ya, claro, ¿y quién es este?
– Es mi marido papá, venga hablamos en casa, vamos suelta esos jaramagos, suéltalos, vamos. Ahora preguntarás por Hermenegildo papá, ¿verdad?, deja de llorar, vamos abrígale bien.
– Si, Hermenegildo, sí, quiero ir esta tarde con él a…
– Papá, Hermenegildo murió hace quince años, deja de intentar llevarlo al hospital, murió y no fue tu culpa, no llegó la ambulancia a tiempo, vivía solo, y cuando llegaste a su casa porque no bajaba al bar ya era demasiado tarde.
– Volvamos, venga, tus nietos te quieren demasiado como para que te olvides de ellos, vamos, deja de llorar, vamos, dame un abrazo padre, venga, no te preocupes, no sufras más, deja el pasado tranquilo, volvamos a casa. Déjalo en paz, olvidas el día a día pero su terrible eco te acosa como un lobo hambriento. Dichosa enfermedad, dichosa cabeza, dichoso pasado, que más presente que nunca no te deja vivir. Vamos papá, deja de llorar, todos te queremos, ahora, aquí, ahora.
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